3/12/08

El árbol de las musas y de los héroes

Zarzas, malas hierbas, hojas secas por doquier. No recordaba así el jardín. La puerta, oxidada, rechinaba movida por el viento como una veleta. Pero en el ambiente aún permanecía su aroma a rosas.

Al cruzar la puerta, sentía que volvía a renacer, que mi espíritu recobraba la vida despúes de una larga travesía por la nada. Fueron muchas vicisitudes las que nos separaron. Me consta que ella está viva, pero no sé cuándo regresará. Ni tan siquiera si volverá.

Una mariposa retoma el vuelo desde el rosal completamente inerte por falta de cuidado. Salvo por una flor, ese rosal ya no es más que una pared de recuerdos. Eso sí, preciosos recuerdos.

"¿Qué has hecho insensato?", clamó Lucrezia. "No puedes arrancar las rosas del jardín de mi abuela".
"Pero es un regalo. Un regalo para ti, como la bella rosa del jardín cerrado que recitaba Poliziano, pensé que te gustaría", dije con resignación.
"Claro que sí tonto, pero como se enteré mi abuela estamos muertos, ¿me oyes?. Muertos". Avisaba Lucrezia. Pero su sonrisa la delataba.

Qué recuerdos......Éramos tan jóvenes. Ella con tantas ganas de vivir, pero tan controlada por su familia. Ella de buena cuna, yo un humilde niño de la calle. Dos mundos tan separados, pero cuando estábamos juntos nuestras almas se entrelazaban. Un nudo de amor inocente, que con el tiempo se transformó en necesidad. Necesidad de vivir. Cuánto la echaba de menos y cuánto la quería. Pero la vida, la guerra, siempre se interponía.

Seguí con la mirada el vuelo de la mariposa. Y ante mí, al fondo del jardín, se encontraba nuestro árbol. Lo llamábamos el árbol de las musas y de los héroes. En él, Lucrezia me mostró el mundo clásico y me recitaba El Arte de Amar, me hizo vivir La Odisea, me describió la Afrodita de Safo de Lesbos. En él, me leía las historias de Prometeo y el fuego de los dioses, me hizo sentir invencible como Aquiles, me hizo ser uno de los 300 espartanos que lucharon contra los persas en las Termópilas.

Aquellas tardes me hicieron persona. Me descubrieron la vida y la historia. Me descubrieron el amor. Ahora la guerra había terminado. Florencia no era la misma. Necesitaba tiempo. Pero se erguiría. La casa se alzaba en una colina en la otra orilla del Arno, muy cerca de San Miniato, y desde allí pude contemplar el Ponte Vecchio impoluto. Al contrario que el resto de puentes de la ciudad, él resistió a la ocupación nazi.

Florencia volvería a florecer. El jardín de Villa Bice volvería a florecer. Nuestro árbol volvería a escuchar su voz recitando y a mí volvería a verme embelesado. Seguro que mi amor por Lucrezia también florecerá.

"Por dios, ¿dónde estás?. Te estoy esperando".

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