30/8/09

Misto de salumi, arte, caldo e pioggia

Misto de salumi, arte, caldo e pioggia no es el nombre de la última invención culinaria italiana. Es una pequeña síntesis que resume el que ha sido mi cuarto viaje a Italia, en esta ocasión a la Emilia Romagna, a Bologna, Ferrara y Parma.

El calor ha sido la nota dominante en el viaje. Lo cierto es que hace tres años estuve a mediados de agosto en Turín y en Milán y me morí de calor. Y me dije a mí mismo, me juré a mí mismo, que no volvería a Italia en verano. Pues debí cruzar unos cuantos dedos, porque hasta allí que me he lanzado. Lo cierto es que en Bologna el calor se podía aguantar porque la ciudad tiene kilómetros y kilómetros de soportales que impiden que el Sol te dé directamente. Sin embargo, en Ferrara no recuerdo haber pasado más calor en mi vida. El Sol nos tostó pero bien, requetebien. Un calor húmedo presente sobre todo en la visita al Castello Estense, residencia de la familia d'Este, que debían pasar unos veranos de aúpa. La instalación del aire acondicionado pretendía en vano rebajar el calor dentro de un castillo de grandes estancias. Vamos, una pérdida de tiempo (y de energía).

Al día siguiente, en Parma, el calor nos dió un poco de tregua, no mucha francamente, pero se respiraba. La respiración, sin embargo, nos faltó en el tren de vuelta a Bologna, donde el aire acondicionado brilló por su ausencia y aquello parecía una cafetera, un microondas. Mi botellín de agua estaba tan caliente que seguramente podría haber cocido pasta en el interior. El tren, de los años 50 (y siendo benévolo, que a lo mejor era de antes), tenía aire acondicionado, o, al menos, así lo afirmaba la pegata de la finestra (cómo me chifla el italiano, a que suena bien FI-NES-TRA), pero el único aire que entraba era el de la ventanilla, que, según rezaba otra pegata, sólo podía abrirse en caso de emergencia y esa era una emergencia, pues el dispositivo del aire acondicionado estaba apagado o roto y el vagón era fuego.

Los trenes son un medio de transporte muy utilizado por los italianos, mucho más que los autobuses, y lo cierto es que conectan bien las poblaciones, pero los ferrocarriles son de cuando Vittorio Emmanuelle II unificó Italia. El tren que se llevó la palma fue el de vuelta desde Ferrara a Bologna, con pequeños compartimentos donde se amontona gente rara con sus bolsas que, sin haber pagado billete, ocupan otro asiento, porque las zapatillas de felpa compradas en el mercadillo bien valen un asiento.

Así que este menda se ha pegado unas duchas frías estos días como pocas veces en su vida. Yo, que me ducho con agua caliente incluso durante el verano madrileño, me dí unas cuantas duchas de agua fría para recordar.

Este gustirrinín se acompañó de otros gustazos, pues dónde sino en Italia se puede comer tan bien. La especialidad de la región es el embutido, tal como el salumi (una amplísima variedad, no salchichón del carrefour) o el prosciutto, así como los quesos. Para el recuerdo una tabla de salumi en un restaurante al lado de Piazza Maggiore en Bologna, donde el fulero del camarero, el típico guapete italiano que se va a Benidorm a ligar con las españolas, se ganó nuestra simpatía. Hacer no hacía ni el huevo (eramos los últimos que quedábamos y todas las mesas estaban sin recoger), pero era un cachondo.

El trato con los italianos es casi siempre amable, más aún si se dan cuenta o les dices que eres español. A veces te encuentras con gente que te da mal rollo, como los funcionarios de las estaciones de trenes, pero a veces, por el contrario, te miran con demasiados buenos ojos. La dependienta del Benetton de Parma me entró con todas las de la ley, pero me mantuve firme y leal, pues soy fiel a mi peque y siempre lo seré. "Questa notte ho sognato con un spagnolo", decía con media sonrisa picarona y mirada de refilón. Pero como he dicho, la ragazza se encontró con un muro de piedra en mi figura, pues uno es fiel y no sólo lo predica, sino que lo pone en práctica.

Donde mi expresión sí cambia e irradia felicidad es ante el arte que inunda las calles y plazas de Italia, Ché bello!. Para recordar son la Piazza Maggiore (sobre todo San Petronio y el Palazzo Maggiore), las due torri y los soportales de Bologna; el Castello Estense, el Palazzo Municipale y la Catedral de Ferrara; y el Battistero (de mármol rosa) y el bellísimo interior de la Catedral de Parma.

En cuanto a las compras, mucho ver, poco comprar. No es tiempo para realizar grandes gastos, por mucho que se viva sólo una vez. Italia, para mí, es el reino de las zapatillas y me chiflan. Modelos y modelos de Bikkembergs, cuando en España encuentras dos o tres solamente en El Corte Inglés y basta. Puma, Le Coq Sportif y alguna otra marca más hicieron las delicias de mis ojos, que no de mis pies, pues los precios, entre 130 y 180 euros, me echaban para atrás. Ya habrá tiempo de volver a Italia y calzarme como los italianos mandan. Yo traté de poner el pabellón español bien alto con mis alpargatas Made in Zara de cuadraditos escoceses, que llaman la atención en España, pero en Italia no gozaban de la misma consideración. Es más, probablemente cuando pudieron verlas con más detenimiento fue cuando el último día antes de volver nos calló un tormentón por las calles de Bologna. Gracias a los soportales mis alpargatas llegaron vivas al hotel, pero para cruzar las calles tuve que imitar a Chiquito de la Calzada, no fuera a ser que los charcos las maltrataran. Así que probablemente mis alpargatas, gracias a mis andares, por culpa de la pioggia, tuvieron sus quince minutos de fama.

P.D.- El aeropuerto de Bologna es chiquitín y, además, carece de fingers. Así que retrocedimos unos cuantos años y volvimos a pisar pista de aterrizaje. La gracia estuvo en la llegada a Bologna, pues, tras diez minutos esperando en el autobús, éste arrancó, recorrió 20 metros y se paró, puertas que se abren y a la terminal a por las maletas. ¡20 metros!. Con lo que se gastan en conductor, autobús, gasolina y mantenimiento no podrían costearse un finger????, vamos digo yo.

Pero me encanta Italia, me encanta su arte, sus comercios, su ambiente, su anarquía tan esmerada, su naturalidad, su frescura, su.....todo. El año que viene es probable que vuelva, siempre y cuando mis sueños se cumplan. Florencia, mi querida y amada Florencia nos espera.

21/8/09

De amor y viajes

Hay una estampa romántica que prometo realizar. No es otra que estar abrazado a tí y darte un beso en frente de la iglesia veneciana de Santa María della Salute.

Otras estampas que me gustaría ver realizadas. Mismo abrazo y mismo beso en frente de la iglesia de la Santa Croce de Florencia, en los jardines de Trocadero con la Torre Eiffel de fondo en París, atardecer en el Templo de Poseidón de Atenas, dar un precioso paseo en barca por los canales de Colmar (Francia), darnos un beso con foto incorporada en lo alto del Empire State Building en Nueva York, poner un candado en el puente Milvio de Roma y abrazarnos en la popa del barco que nos lleve a través del río Nilo en Egipto.

Por cierto, no es mala idea realizar una guía de viajes en torno al amor. Lugares idóneos para un beso, lugares idóneos para un atardecer, restaurantes románticos, hoteles románticos, monumentos o emplazamientos para la búsqueda o consolidación del amor (tipo el puente Milvio de Roma, el pozo del jardín de Calixto y Melibea en Salamanca o tocar el pecho de julieta en Verona), etc.

16/8/09

Una de carreras

Lo cierto es que no tengo problemas para desenvolverme en los aeropuertos, eso sí, acostumbro a llegar con bastante antelación para evitar problemas y tener margen de tiempo y error por si algo sucede. Los aeropuertos son lugares de mucho trasiego pero que no te comen. Ahora bien, como pase algo, reza lo que sepas.

Sin embargo, a veces, incluso siendo muy previsor, acabas echando carreras por los aeropuertos, con la cara desconyuntada por el esfuerzo y el cabreo. Menos mal que la gente no mira, las carreras por los pasillos de los aeropuertos son una escena más del hábitat aeropuertuario y no merecen miradas interrogantes ajenas.

No son ni las cuatro (embarco a las cinco y media) y ya estoy en el autochecking, paso el control sin problemas y me bajo. Me siento a escuchar música en mi ipod, me encuentro con una tía mía que se va a Ibiza y nos tomamos un café juntos. Luego voy al panel para ver mi puerta de embarque y espero un buen rato a que salga. K83. Allá voy. Llego a la puerta y en la pantalla no pone nada. ¿A que ya me la han cambiado?. Vuelvo un poco sobre mis pasos y miro el primer panel que encuentro. Asturias M29. "Me cago en sus muertos".

Ahí va la primera carrera en dirección a la T4 satélite. Me bajo, cojo el tren. Aún faltan quince minutos para embarcar, pero la primera carrera es maja. Llego a la T4S, salgo del tren, voy hacia el área M, subo unos escaleras y compruebo el panel. Asturias nueva puerta, K78. "Me cago en sus muertos y en sus descendientes". De nuevo que me voy para la terminal principal. Mi cabreo aumenta cuando para poder llegar al tren para que me lleve de vuelta, tengo que volver a pasar un control de seguridad. ¿Qué?, ¿cómo?. Pero si estoy dentro del aeropuerto, si para llegar a ese punto he tenido que pasar ese mismo control. Muestro mi extrañeza a la tipa que me pide mi tarjeta de embarque. Y otra vez la bandejita. Paso el control y cojo el ascensor (las escaleras ya me sobran). Aprovecho el paréntesis en la carrera para ponerme de nuevo el cinturón. Y otra carrera. Y por fin llego. Y encima 20 minutos de retraso. Y yo con la lengua fuera. Y pienso, "ahora entro en el avión y pido una mini coca cola que me va a costar casi tres euros?". Y una mierda para ellos, para Iberia y para AENA.

Viaje de vuelta. El aeropuerto de Asturias es muy pequeñín. No hay mangos ni zaras, ni mcdonalds ni starbucks. Así que la hora de retraso que lleva mi vuelo se pasa entre bostezos y cambios de postura en la silla. Pero bueno, pasable. Ahora bien, llego a Madrid y me paso 40 minutos esperando a que salga la maldita maleta. Ya no sólo la mía, sino la de los cuatro gatos que esperan como yo a que la cinta empiece a andar de una vez por todas. Para cuatro maletas (la mayoría del pasaje enlazaba con otros vuelos), 40 minutos, genial......

Los aeropuertos dan para muchas anécdotas, la mayoría de ellas negativas. Y lo que es muy singular, ninguna de ellas te produce la risa con el paso del tiempo. Muchas veces nos suceden cosas desagradables que, con el tiempo, se ven con otra perspectiva y nos reímos. Pero las anécdotas en los aeropuertos no provocan la risa, ni en el momento ni con los años.

Sigo viajando en los aviones, porque me encantan desde pequeño. Pero hay que ser masoquista, lo reconozco.

14/8/09

Primer capítulo vacacional

Retomo el blog tras las vacaciones. El ordenador se quedo en casa reposando y yo me fui a que mi espíritu reposara. Lo cierto es que estos días en Asturias alejado del calor, durmiendo tapado y de un tirón, pasando incluso fresco algunos días, me han venido muy bien. Es insufrible el calor de Madrid. Insufrible. Y Asturias es como un refresco cargado de hielo 24 horas, en donde el verano resulta un tanto sui generis. La prueba está en la maleta, formada por bañadores, chanclas, camisetas, sudaderas, calcetines y cazadoras. Un poco de cada estación vaya.

Un poco de playa y unos cuantos baños, un paseo por Oviedo o ver a familiares, lo cierto es que no he parado. Lo malo, que, como siempre, me quemo por partes. Este año le ha tocado el turno al costado derecho, el vértice entre el hombro y el cuello (izquierdo y derecho, más colorado éste último), parte del antebrazo izquierdo, empeines (ambos y los dedos se libraron por mi afición a enterrarlos en la arena) y parte de la muñeca izquierda (entre las pulseras, flipas).

El quemazón más ridículo fue en Lanzarote. Estábamos en abril y el día estaba nublado y eso me hizo pensar que podía echarme en la tumbona del hotel a medio dormir una siesta sin problema alguno. Me quemé las piernas, aunque por partes, pues me tumbé con las piernas cruzadas y se me quedó una franja blanca, una colorada, una blanca, una colorada.

En cuanto a las compras, escasas. A mi novia, sí, que se lo merece (a qué el queso está bueno??), yo en cambio me he conformado con una pulsera (otra) y un libro (otro).

Por cierto, este año el mar no me arrebato ningún collar ni pulsera. Como en la canción de Mecano, el mar de vez en cuando se ha llevado algunas de mis posesiones más preciadas y nunca más me las devolverá. Sin embargo, al contrario que en el tema de Mecano, aquí compensar las pérdidas resulta muy sencillo, pues una simple visita a los puestos jipiescos solventan el problema y ponen fin a mi mueca de rabia.

Ahora unos días en Madrid y después viaje a Italia. A todo esto, ya llevo medio mes de vacaciones.

Por cierto, tengo ganas de otoño.