9/4/09

Bendita madurez

Una estela de maletas recorre la ciudad. Sin embargo, mi trolley sigue aparcado en el armario. Ya llegará mi turno. Mientras, toca disfrutar de una ciudad en silencio. Unos pocos coches, unas pocas personas, algunos turistas...la calma más absoluta. Me recuerda al inicio de la película Abre los Ojos, cuando Eduardo Noriega se encuentra un Madrid fantasmal.

Cada vez me gusta más la tranquilidad. Una vida relajada, contemplativa, vivir para disfrutar con los sentidos. Enroscarme en el sofá mientras leo, ir a comer por ahí, tomar unas cervecitas, ir de compras...y todo, todo, todo muuuyyyyyyyyy tranquilo.

Siempre he sido muy tranquilo y odio las preocupaciones, los agobios, los problemas. Me gusta disfrutar. A medida que uno crece, las obligaciones y responsabilidades se acumulan, los problemas se acrecientan, los agobios aumentan una barbaridad. Pero yo he ido aprendiendo a manejar esas situaciones. A dejar que el río fluya, que la vida fluya y disfrutar del momento presente.

Digamos que me estoy orientalizando.

He aprendido a canalizar mis emociones, a no querer resolver el futuro precipitadamente, a dejar que la vida me arrastre como el agua con las mareas, a disfrutar de las pequeñas cosas, a resolver los problemas con pausa, tiempo y serenidad, sin noches desveladas, porque he aprendido que los problemas no se resuelven a las tres de la mañana bajo el edredón. He aprendido a marcarme retos, a tener claro los pilares sobre los que se asienta mi vida, a saber dónde está ese yo que es mi mejor versión y ese yo que es mi peor versión, a aceptar mis defectos como parte de mi ser y a considerar mis virtudes como herramientas para hacer mejor mi mundo y el mundo de los que me rodean. He aprendido a tener una visión amplia e infinita del mundo, a abrirme a nuevas experiencias, a educar los sentidos y la mente.

No obstante, aún me queda mucho por aprender. Claro está, sin agobios. Las lecciones llegarán, las experiencias se vivirán. No me preocupa. Voy a disfrutar del momento presente. Esto es, mi taza enorme del Starbucks con té de la belleza, en pijama, ante el ordenador escribiendo, iluminado por la luz matinal y dando los buenos días por teléfono a mi novia. ¿Os parece poco?. A mí no me lo parece. Todo lo contrario, me encanta.

Bendita madurez.

1 comentario:

Un pedacito de mí dijo...

Buen post, muy reflexivo. Pero me ha gustado. Si soy sincera, mi madurez no sé dónde se ha metido.
No la encuentro.