26/7/09

A pesar de todo, con encanto

La Revista Viajar nos ofrece este mes un genial reportaje sobre la Europa Romántica de la Belle Epoque, de las aristocracias y sus veraneos, de la época en que los nombres eran sólo nombres y no carne de portada del programa o revista de marujeo de turno. Me parece encantador, aunque reconozco que yo no podría haber vivido una experiencia similar. Me gusta demasiado la naturalidad y aborrezco demasiado la pose fingida de aquel que mira por encima del hombro.

La alta sociedad siempre se ha movido en un terreno baldío de palabras y rico en figurines atontolinados. De modales excesivos y corsés atolondrados. De falsas apariencias y ceños fruncidos. Pero tiene su encanto, aunque ha sido la literatura y el cine quienes están detrás de ese falso atractivo.

El auge de la clase media y el turismo de masas han (casi) acabado con las aristocracias inalcanzables y con ese estilo vacacional. Ahora cualquiera (siempre y cuando ahorre, pues los precios son muy altos) puede esquiar en St. Moritz, pasear en barco por el lago de Como y tostarse al sol en las playas más chic de Cannes.

Yo no demando ese encanto, pues mi afán se esconde en mi ajada bolsa verde militar de H&M y en mi Nikon réflex digital, en mis paseos y pateos matutinos y vespertinos por esa ciudad o lugar que anhelo conocer, en mis descansos en el hotel y mis recorridos mentales por todo aquello que he podido ver y disfrutar a lo largo del día. Yo, viajar para estar tenso por si digo los buenos días en la entonación correcta, para dejarme los ahorros en propinas incalculables y para desgastar mis músculos faciales en una sarta de sonrisas forzadas, no sirvo.

Pero tiene su encanto. Lo reconozco.

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