12/2/10

Historias de redención

Anoche estuve viendo en la televisión la película Noche de Tormentas, un melodrama de Richard Gere y Diane Lane. La peli no es gran cosa, pero habla en parte sobre la redención y esto me motiva para escribir un post.

Me gustan las historias de redención personal. Equivocarnos, perdernos, encontrarnos a nosotros mismos y volver a vivir, pero a vivir mejor. No obstante, me confunde la condescendencia de estas historias. Como si después de errar, no volvieras a tropezar, ya que no hay nada más fácil para el ser humano que tropezar en la misma piedra dos veces (y tres, y cuatro, y cinco, y seis...). Digamos que es algo innato. Y lo más paradójico es que estas cosas nos sorprenden. No debería sorprender caer en un mismo error, son cosas que pasan y somos humanos, imperfectos y llenos de defectos. Por eso, cuando las historias de redención acaban bien me cuesta creérmelas. Y, sin embargo, cuando acaban como empezaron me lo creo mucho más.

Un ejemplo, literario en esta ocasión. Shantaram de Gregory David Roberts, un convicto huido de la justicia australiana que se refugió en Mumbai. Allí se encontró consigo mismo, hizo el bien a los demás, pero siguió siendo él y volvió a encaramarse al precipicio. Si bien es cierto que en este personaje (la obra es autobiográfica) hay un poso enorme de determinismo, su propia naturaleza le impide cambiar. Hace cosas nuevas, ayuda a gente necesitada, pero sigue siendo él.

Esto es como el borracho que deja la bebida. No es una persona nueva, es una persona cohibida y coaccionada (para bien eso sí) que deja de hacer ciertas cosas, o sea beber, pero no cambia, puesto que el hecho no es que beba, sino el porqué bebe. Emborracharse es circunstancial.

Yo me sé un ejemplo y detrás de la bebida había una incapacidad tejida por el tiempo, los años y la educación que le impedían asumir cualquier responsabilidad, por lo que esa persona era una negada para afrontar los problemas, luego se ponía a beber.

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